miércoles, 1 de octubre de 2014

BIOCOMBUSTIBLES ¿SEGURIDAD ENERGÉTICA O SEGURIDAD ALIMENTARIA?

http://www.fao.org/3/a-i2952s.pdf

http://www.unep.org/dewa/agassessment/docs/food_sec_ES_lowres.pdf


Bioenergía y seguridad alimentaria

La FAO desarrolló una iniciativa que busca maximizar las potenciales ganancias económicas por la producción de bioenergía sin descuidar la seguridad alimentaria.


La producción bioenergética no es por sí misma ni buena ni mala; no se trata de “alimentos” vs. “combustibles”.
Mientras el mundo se encamina hacia una mayor producción de bioenergía, los países en vías de desarrollo se perfilan como importantes actores de ese proceso. Su obtención, de ser correctamente manejada, puede beneficiar el crecimiento económico y social en ellos.
En este sentido, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés) presentó un proyecto que permite repensar el papel de las energías renovables en la mejora socioeconómica de un país.
“Se trata de una herramienta de análisis que evalúa si el desarrollo bioenergético puede implementarse sin dificultar la seguridad alimentaria” ya que “mientras numerosos gobiernos han comenzado a desarrollarlas como alternativas a los combustibles fósiles, a menudo lo han hecho en ausencia de una comprensión más amplia de los costos y beneficios implícitos en ello”, destaca en exclusiva a la RIA el coordinador del proyecto, Heiner Thofern.
Es por ello que la iniciativa “Bioenergía y Seguridad Alimentaria” (BEFS en inglés) pretende abordar este asunto de manera integrada, por lo que creó un marco analítico (que estará disponible en idioma español en breve) para ayudar a comprender si el desarrollo de la bionergía es una opción viable y, de serlo, identificar políticas que maximicen los beneficios para la economía y minimicen los riesgos para la seguridad alimentaria.
En coincidencia con este organismo internacional, el INTA posee un Programa Nacional de Bioenergía centrado en “asegurar el suministro de fuentes y servicios sostenibles, equitativos y asequibles de bioenergía, en apoyo al desarrollo sustentable, la seguridad energética nacional, la reducción de la pobreza, la atenuación del cambio climático y el equilibrio medioambiental en todo el territorio argentino”.
El coordinador de este Programa, Jorge Hilbert, afirma que “desde el inicio de la difusión y puesta en marcha de la producción de biocombustibles a nivel mundial tres temas han estado siempre en la mesa de discusión y controversia: los balances energéticos, la competencia con los alimentos y la preservación del medio ambiente”.
Para ello, el proyecto BEFS desarrolló una metodología que podrá ser estudiada y aplicada por los países que lo deseen. Se trata de una iniciativa que, si bien no es normativa, sirve como punto de partida en la toma de decisiones que los países deberán tener en cuenta. Allí, se analizan cuatro áreas de interés que aportan en el estudio de la relación entre la bioenergía y la seguridad alimentaria (ver recuadro “Áreas de análisis BEFS”).
Tres países, tres ejemplos
Debido a que las condiciones agrícolas, socioeconómicas y ambientales varían de un país a otro y cada uno posee diferentes prioridades en términos de bioenergía, estas áreas fueron estudiadas por primera vez en Tanzania, Tailandia y Perú.
Según explica Thofern, esos países solicitaron la asistencia de la FAO con la ventajad de que “cubren tres regiones geográficas diferentes y representan distintas etapas en el desarrollo de la bioenergía”.
En este sentido, el estudio rescató que la biomasa de Perú podría satisfacer las necesidades locales de energía y contribuir a la reducción de la pobreza al proporcionar energías más baratas y nuevas oportunidades de ingresos.
A su vez, destaca que ese país “tiene la posibilidad de ser un exportador de etanol ya que es de esperar que la producción de caña de azúcar aumente significativamente”, aunque advierte que “la introducción de las normas de biodiesel podrían representar un desafío ya que ese tipo de producción usa aceites vegetales como materia prima”.
Por otra parte, Tailandia, que pretende aumentar su producción de biocombustibles en 2022, “tiene los medios para desarrollar la industria de los biocombustibles de manera sostenible y sin impactar en la seguridad alimentaria”; mientras que en Tanzania, esa producción podría representar riesgos para el desarrollo social del país.

Existiría un bajo impacto relativo de los biocombustibles en la producción agrícola.
Biodiesel en Argentina
Según Thofern, “la bioenergía, y específicamente los biocombustibles, han sido promovidos como medios para mejorar la independencia energética, promocionar el desarrollo rural y reducir las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI)”.
En este sentido, El BEFS fue destacado en la declaración ministerial del G20 sobre volatilidad de precios en la Agricultura y la Alimentación durante la reunión que se realizó en París el 22 de junio de 2011. Allí se afirma que el marco analítico de ese proyecto “puede ser utilizado para el diseño de estrategias nacionales de bioenergía en línea con acciones destinadas a la reducción de la pobreza, el desarrollo rural, la energía local y la seguridad alimentaria”.
En este sentido, las energías renovables constituyen la industria con mayor crecimiento del mundo, con una tasa media del 64 por ciento para los últimos cinco años e inversiones estimadas, para 2020, en 500 millones de dólares. En Latinoamérica ese porcentaje se incrementa a 145 por ciento durante el mismo periodo y la Argentina cuenta con grandes condiciones para convertirse en un actor fundamental entre los productores y exportadores de energías limpias a escala global.
Carlos St. James, presidente de la Cámara Argentina de Energías Renovables (CADER), sostiene que “la Argentina ha desarrollado una industria de biodiesel fuerte y extremadamente eficiente” y destaca que este país “tiene ventajas competitivas naturales como pocos en el mundo debido a la riqueza de sus suelos, el uso de métodos de siembra directa y el clustering de la industria sobre el Río Paraná”.
En esta línea, Hilbert destaca que “la Argentina se caracteriza por tener uno de los sistemas de producción agropecuaria más eficientes del mundo: la enorme difusión de la siembra directa ha reducido substancialmente el uso de maquinaria agrícola, el consumo de combustibles fósiles y ha conservado otro gran recurso escaso como es el agua”.
Las perspectivas agrícolas realizadas por Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) y la FAO indican que en los próximos 10 años el mayor productor de biodiesel entre los países en vías de desarrollo “seguirá siendo la Argentina con el 25 por ciento del total de biodiesel producido en ellos y con el ocho por ciento de la producción global para el 2020”.
A su vez, el documento afirma que la Unión Europea será la mayor productora y consumidora de biodiesel, y destaca que países como Argentina, Malasia y Tailandia “podrían adquirir un rol significativo en la exportación” de esa producción.
Aún contando con estos posibles beneficios futuros, la producción de biocombustibles será inconveniente si no se tiene en cuenta el cuidado ambiental y la seguridad alimentaria de la población.
No obstante, la producción bioenergética no es por sí misma ni buena ni mala; no se trata de “alimento” vs. “combustible”.
Así lo confirma el coordinador del proyecto de eficiencia de cosecha, poscosecha de granos y agroindustria en origen del INTA, Mario Bragachini, quien afirma que la producción de alimentos de la Argentina deja un margen amplio para los biocombustibles. “Producimos 100 millones de toneladas de granos que son transformados en alimentos con lo que podríamos abastecer a 400 millones de personas en el mundo. Sólo somos 44 millones de habitantes, por lo que tenemos 356 millones de raciones que pueden ser destinadas a biocombustibles”, explica.
Por su parte, Hilbert coincide y destaca que “instalar una idea de competencia tiene muy escaso sustento dado el bajísimo impacto relativo de los biocombustibles en la producción agrícola en general. Por ejemplo, en Estados Unidos, la producción de bioetanol a partir de maíz no ha provocado mermas significativas en los volúmenes de exportación de ese país en los últimos años”, aunque advierte que “otro es el caso de los países africanos donde la difusión de ciertos cultivos para biocombustibles ocupan tierras donde se producían o se pueden producir alimentos”.
En esta línea, Thofern estima que si la producción de bioenergía “contribuirá o no a la seguridad alimentaria, la pobreza o la mitigación del cambio climático dependerá de cómo se desarrolle el sector de producción”.
Más información:
Heiner Thofern – heirner.thofern@fao.org 
http://www.fao.org/bioenergy/foodsecurity/befs/es/
Esta nota fue publicada en el número de agosto de Revista RIA (37.2)
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