Programa anual
Materia: Geografía
Año: Sexto
Profesora: Quevedo Daniela.
Problemáticas geográficas contemporáneas
Fundamentación:
Considerando la perspectiva abordada en los años anteriores, en geografía de 6° año, se abordará la geografía social, considerada una ciencia social que estudia las relaciones que se establecen entre la sociedad y la naturaleza, construidas en el tiempo. El espacio geográfico tiene múltiples dimensiones de análisis, escalas, que pasan por lo local, lo regional, lo nacional e internacional y hasta lo global, las cuales operan de manera interdependiente en un complejo proceso de lucha entre los diferentes grupos de poder a diferentes escalas, influyendo en los conflictos a otras escalas.
Es objetivo del estudio de esta ciencia en la escuela el desarrollo de herramientas conceptuales y procedimentales para alcanzar una comprensión crítica y reflexiva de la realidad de un territorio específico en un momento dado.
Se debe proponer al alumno actividades, lecturas, y materiales para favorecer la problematización acerca de situaciones que presenten conflictos de intereses entre los actores sociales intervinientes buscando favorecer una mayor comprensión y análisis de la realidad, la construcción de elementos de reflexión sobre esta y la experiencia que el alumno tenga de ella.
El conocimiento de las diferentes corrientes de la geografía y el método de investigación específico de la misma son de imperiosa necesidad a la hora de considerar los núcleos de problemas geográficos, que en consonancia con los requerimientos del diseño curricular, se pretenden para el desarrollo del curso. Para el abordaje de los mismos, se propone una dinámica de tipo seminario-taller en la cual se construye, en simultáneo con el estudio del pensamiento y metodología de la ciencia geográfica, un objeto de investigación escolar.
Para dotar de la flexibilidad necesaria al presente programa se organizarán los contenidos en ejes temáticos a desarrollar de la forma antes mencionada.
Objetivos:
-Comprender a los espacios geográficos como un conjunto interrelacionado de dimensiones económicas, políticas y socioculturales a partir de problemáticas geográficas actuales.
-Comprender los procesos de diferenciación y desigualdad social y espacial, de acuerdo con la existencia de diversas relaciones sociales originadas en necesidades e intereses económicos, culturales y políticos contrapuestos.
-Articular fenómenos geográficos que se manifiestan en diferentes áreas o regiones.
-Fomentar el trabajo en clase, de modo grupal e individual, referido a determinados casos, situaciones y/o problemas que impliquen el análisis y la crítica de diversas fuentes y puntos de vista.
-Enunciar con precisión el problema que investigarán y definen sus objetivos, así como la recopilación de la información necesaria, el reconocimiento de diferentes marcos teóricos y los métodos más adecuados para su investigación.
Contenidos de la materia: Se basarán en tres ejes
Eje temático 1: Corrientes Geográficas Contemporáneas
El estudio de los principales paradigmas de la geografía actual como las geografías radicales, las humanistas y las posmodernas a partir de su corpus teórico. Su aproximación a los antecedentes de los mismos y sus diferentes puntos de vista del problema geográfico considerado.
Eje temático 2: La metodología en la investigación geográfica (escolar)
Se abordarán principalmente los siguientes aspectos: la elaboración de preguntas que permitan recortar el problema de estudio; la elaboración de un estado de la cuestión sobre el problema; la búsqueda de información pertinente; la elaboración de diferentes hipótesis sobre las causas y las múltiples consecuencias del problema abordado; la selección del método (cuantitativo y/o cualitativo) más adecuado a lo que se propone investigar y el arribo a conclusiones que no necesariamente confirmen las primeras hipótesis.
Eje temático 3: Núcleos de problemas geográficos
Se seleccionarán situaciones y/o hechos con las cuales los estudiantes los perciban cotidianamente, preferentemente a escala local, con la intención de que sean convertidos en problemas de investigación, en este caso, en problemas contemporáneos de carácter geográfico. Se adoptarán conceptos clave de la disciplina que, junto a los marcos teóricos y metodológicos, construirán el problema a investigar. Algunos de los núcleos de problemas geográficos a considerar son de índole urbano y rural (Geografía rural y urbana); de carácter ambiental (Geografía ambiental); ligados a la economía y los sistemas productivos (Geografía económica); de carácter cultural (Geografía cultural); relacionados al poder y la política (Geografía política) y, vinculados al turismo (Geografía del turismo). Según los problemas a investigar elegidos es posible que algunas dimensiones se crucen entre sí.
Evaluación
La evaluación como proceso será permanente por lo que se considerarán las siguientes
metas:
-Expresión oral y escrita correcta, con uso de vocabulario adecuado y específico de la materia.
-Lectura, comprensión e interpretación de consignas de trabajo y de distintas fuentes de información.
-Explicar los espacios geográficos estudiados en función de las relaciones que existen entre la economía, la cultura, la política y las condiciones físico-naturales.
-Explicar a partir del problema geográfico seleccionado los procesos de diferenciación y desigualdad social y espacial, de acuerdo con la existencia de diversas relaciones
sociales originadas en necesidades e intereses económicos, culturales y políticos
contrapuestos.
-Ubicación temporal y espacial de las temáticas desarrolladas.
-Proposición y resolución de planteos temáticos.
-Actitud crítica y responsable frente al trabajo en el aula así como en la plataforma
virtual.
Para la aprobación de la materia se desarrollará una investigación a partir de un problema geográfico elegido. La presentación de sus resultados debe articularse con la redacción de un informe donde se considerará claridad, orden y precisión en:
-la/s pregunta/s que ayudan al recorte del problema de estudio;
-la elaboración de un estado de la cuestión sobre el problema;
-la/s hipótesis planteadas;
-la búsqueda de información pertinente;
-los datos considerados;
-el marco teórico inicial;
-la presentación de los resultados;
-la explicitación de los métodos utilizados;
-el arribo a conclusiones que no necesariamente confirmen las primeras hipótesis;
-la cita correcta de las fuentes de información.
Pautas para la comisión evaluadora.
- El criterio de evaluación es el mismo que durante el curso regular, teniendo en cuenta que durante el mismo el alumno o alumna no ha completado lo requisitos y deberá hacerlo ante la comisión evaluadora.
Bibliografía:
Capel, H. (1984). Filosofía y Ciencia en la Geografía Contemporánea. Ed.
Barcanova. Barcelona.
Coraggio, J. L. (1987). Territorios en transición. Ed. Ciudad. Quito.
De Castro Aguirre, C. (1999), “Mapas cognitivos. Qué son y cómo explorarlos”. En Scripta Nova: revista electrónica de geografía y ciencias sociales, no 5. Disponible
en http://geobuzon.fcs.ucr.ac.cr/mapacognitivo.PDF
García Ballesteros, A. (Coord.) (1998). Métodos y técnicas cualitativas en geografía
social. Ed. Oikos-tau. Barcelona.
Gómez Mendoza, J.; Muñoz Jiménez, J. y Ortega Cantero, N. (1982). El
pensamiento geográfico. Estudio interpretativo y antología de textos. Ed. Alianza.
Madrid.
Harvey, D. (2003). Espacios de esperanza. Ed. Akal. Madrid.
Hernández Sampieri, R.; Fernández Collado, C. y Baptista Lucio, P. (1991).
Metodología de la investigación. McGraw-Hill. México.
Manzanal, M.; Arzeno, M. y Nussbaumer, B. (Comp.)(2007). Territorios en
construcción. Actores, tramas y gobiernos: entre la cooperación y el conflicto. Ed.
Ciccus. . Buenos Aires.
Santos, M. (1996). La naturaleza del espacio. Técnica y tiempo. Razón y emoción.
Ed. Ariel. Barcelona.
Sautu, R.; Boniolo, P.; Dalle, P. y Elbert, R. (2005). Manual de metodología.
Construcción del marco teórico, formulación de los objetivos y elección de la
metodología. CLACSO. Acceso al texto completo:
http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/campus/metodo/RSBibliografia.pdf
En función de los problemas construidos con los estudiantes se guiará en la
búsqueda de bibliografía específica de la problemática.
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corrientes de pensamiento
TEXTO Nº1:
RUPTURA Y CONTINUIDAD EN EL PENSAMIENTO GEOGRÁFICO
TEXTO Nº1:
RUPTURA Y CONTINUIDAD EN EL PENSAMIENTO GEOGRÁFICO
A continuación se
abordará el curso de las ideas
científicas, la evolución del pensamiento geográfico.
Prescindiremos, por
ahora, de los factores «externos» que
influyen en dicha evolución, y centraremos
la atención en el desarrollo «interno»
del mismo pensamiento científico. El problema de
las nuevas geografías y la búsqueda de conceptos para interpretarlas, así como
el de la continuidad v cambio en la ciencia geográfica.
Una de las expresiones más repetidas
hoy día en las ciencias sociales y en nuestra sociedad en general, es,
sin duda, la de “crisis”. Hay también una crisis de la geografía.
La crisis rebasa, por supuesto, el estricto campo científico y refleja
también la crisis de la sociedad,
situación a la que cada disciplina intenta adaptarse: se ha podido hablar así
de «la crisis de la geografía y la geografía de la crisis».
Pero además de las alusiones y la
conciencia directa de esta crisis hay otros muchos aspectos que la
ponen de manifiesto. En particular, quizá
deba considerarse así el sentimiento
generalizado de la necesidad de una
reflexión epistemológica. Nadie negará que
hoy en geografía se siente ampliamente
dicha necesidad y la urgencia de una
meditación sobre las teorías y los métodos. Pero
en la ciencia la reflexión epistemológica
surge normalmente de una puesta en cuestión de los
fundamentos y las formas de proceder aceptadas.
Para superar la crisis aparecen
«nuevas» sociologías, «nuevas» economías, etc. Aparecen, en lo que
a nosotros respecta, «nuevas geografías».
Pero si, examinamos la historia del pensamiento
geográfico, hemos de convenir que una «nueva geografía» ha aparecido ya
en numerosas ocasiones.
Nueva fue, desde luego,
la geografía que los europeos conocieron en los siglos
XV y XVI, así como la que surgió de la asimilación de los
descubrimientos geográficos y obligó a componer una nueva imagen del
mundo. Todavía a finales del siglo XIX la expresión «nueva
geografía» era utilizada por algunos autores para
mostrar su originalidad respecto a la
geografía descriptiva y enciclopédica tradicional.
Una nueva geografía, es sin lugar a
dudas, la geografía cuantitativa. Nueva no sólo en cuanto a métodos, sino mucho
más profundamente en cuanto a concepción de la ciencia geográfica.
Independientemente de la
discusión, es indudable que es nueva,
que supone nuevos enfoques, nuevos problemas, nuevas
metodologías y un nuevo marco conceptual.
Pero también son nuevas respecto a
ella la geografía de la percepción y del comportamiento, la geografía
radical, la geografía humanista y todas
esas novísimas tendencias que en los
últimos años están
apareciendo, ya que insisten en una
problemática bastante ajena a la geografía
cuantitativa de los años 1950 y 1960
y suponen un cambio profundo de las relaciones
teoría-práctica y en la actitud respecto al valor de los estudios
geográficos.
De hecho, la
conclusión se impone claramente: la
geografía ha sido nueva en distintos momentos
de su desarrollo. No ha habido una
evolución lineal, en la que cada fase
de la evolución se entroncara con la anterior, sino más bien una
serie de rupturas, de revoluciones,
que han dado lugar
a nuevos planteamientos, que han obligado
a la adopción de nuevas concepciones.
El significado de este hecho parece
importante y permite situar la evolución de nuestra ciencia en el cuadro de la
evolución científica general. El problema que plantea la existencia de estas
diversas «nuevas
geografías» puede ser explorado, en primer
lugar, a partir de las ideas existentes
sobre las rupturas epistemológicas y sobre las revoluciones científicas y la
adopción de nuevos paradigmas.
RUPTURAS
Hoy parece claro que en el
desarrollo específico del pensamiento"
científico" existen, igualmente, discontinuidades.
La ciencia progresaría mediante un desarrollo
truncado, y no lineal en el que cada
una de las fases representa una
ruptura respecto al saber anterior, ruptura en
cuanto a los problemas planteados, en cuanto a los
rasgos de la realidad que se consideran significativos,
en cuanto a los métodos y, evidentemente también, en cuanto a las teorías.
Thomas Kuhn, en su sugestiva y fructífera obra sobre Las
revoluciones científicas (1962), en la que presentó una
interpretación de la evolución científica
basada en los cambios de paradigmas. A
pesar de la amplia difusión que han
tenido las tesis de Kuhn, vale la
pena detenerse un poco en la exposición de sus ideas con el fin de
explorar la utilidad que pueden presentar para la historia del pensamiento
geográfico.
Para Kuhn los paradigmas son
“realizaciones científicas universalmente reconocidas
que, durante cierto tiempo proporcionan modelos y
soluciones a una comunidad científica”.
La crisis de un paradigma vigente y
la sustitución por otro distinto es
lo que da lugar a las revoluciones
científicas, mediante un proceso que se desarrolla de forma no lineal.
Dentro de lo que Kuhn llama la ciencia
normal, es decir, la ciencia basada
en la existencia de comunidades científicas, los
paradigmas “obtienen su status como tales debido a que tienen más
éxito que sus competidores para resolver
unos cuantos problemas que el grupo
de profesionales ha llegado a reconocer como agudos”. Es
dentro de estos paradigmas como se plantean los problemas que se consideran
significativos, hasta el punto de que “los fenómenos
que no encajarían dentro de
los límites mencionados ni siquiera se los
ve” por parte de la comunidad científica.
Los paradigmas son anteriores al establecimiento de reglas
específicas que se desarrollan y pasan a ser compartidas por los miembros
de una comunidad científica, difundiéndose a través de
libros de texto, tratados especializados o
por otros medios de difusión.
El desarrollo de la ciencia se
realizaría, según la tesis de Kuhn,
según un proceso no acumulativo. En este
proceso las revoluciones científicas
representarían discontinuidades durante las cuales
un paradigma es reemplazado por uno
nuevo e incompatible (“inconmensurable”) con el
hasta entonces vigente. Estas revoluciones
se inician con un sentimiento creciente “de
que un paradigma existente ha dejado
de funcionar adecuadamente en la exploración de
un aspecto de la naturaleza, hacia la
cual el mismo paradigma había previamente mostrado el
camino”. Ello origina un sentimiento de crisis, de insatisfacción ante
las explicaciones e interpretaciones hasta entonces
aceptadas, y da lugar a la aparición de un nuevo
paradigma, que puede no ser aceptado
por una parte de la comunidad científica,
coexistiendo durante algún tiempo con el
paradigma anterior. Las discusiones entre los partidarios del
nuevo y del viejo paradigma son violentas y circulares, ya que son
irresolubles, pues los argumentos que se
oponen sólo tienen valor dentro de
cada paradigma.
Los paradigmas: “son la fuente de los métodos, problemas y
normas de resolución aceptados por cualquier comunidad científica madura,
en cualquier momento dado. Como resultado de ello, la
recepción de un paradigma frecuentemente
hace necesaria una redefinición de la ciencia
correspondiente. Algunos problemas antiguos
pueden relegarse a otra ciencia o ser
declarados absolutamente ‘no científicos’. Otros
que anteriormente eran triviales o
no existían siquiera, pueden convertirse, con un nuevo paradigma (…)”.
A partir de una revolución
científica el conjunto de normas, valores,
hechos significativos, métodos y teorías se modifica, pues,
profundamente: “Al aprender un paradigma, el científico adquiere al mismo
tiempo teoría, métodos y normas, casi siempre en una mezcla inseparable.
Por consiguiente, cuando cambian
los paradigmas hay normalmente transformaciones
importantes en los criterios que determinan la legitimidad tanto de los
problemas como de las soluciones propuestas”.
PARADIGMAS EN GEOGRAFÍA
El resumen apresurado que hemos hecho de algunas de
las ideas básicas de Kuhn basta para mostrar el enorme
interés de sus tesis y lo
extraordinariamente sugestivas que pueden resultar para
comprender adecuadamente los cambios que se han producido en la historia del pensamiento
geográfico, la existencia de revoluciones, y la aparición de ‘nuevas
geografías’.
Las tesis de Kuhn poseen
numerosos elementos que, aplicados a la
ciencia geográfica, permiten entender mejor que en
el pasado el desarrollo de la geografía
existieron fases de ‘ciencia normal’ y de periodos
revolucionarios que, sin duda, pueden tener distinta duración
en diferentes países; sus argumentaciones contra
la concepción lineal y acumulativa del desarrollo
de la ciencia; el carácter circular de los argumentos que intercambian los
partidarios de paradigmas diferentes; la existencia de
presupuestos no científicos en la elección
de paradigmas y cómo la elección entre
paradigmas diferentes no está determinada
por los procedimientos de la ciencia normal; el hecho de que
a partir de una revolución científica el conjunto de normas,
valores, hechos significativos, métodos y
teorías se modifica profundamente.
Prueba de este interés son los
numerosos intentos que se han realizado
para aplicar las nociones kuhnianas a la
geografía con resultados más o menos
satisfactorios, pero siempre sugerentes. En ello
nuestra ciencia ha seguido el camino
de otras disciplinas cercanas, lo mismo
naturales, como la geología, que sociales,
como la economía, la ciencia política,
o la psicología.
Según la perspectiva que adoptemos,
esta aparición de «nuevas geografías», a
veces radicalmente enfrentadas entre sí, parece fragmentar el
desarrollo de nuestra ciencia en una multitud de fases inconexas,
hasta el punto de no reconocer ninguna continuidad en ella. La oposición
entre el geógrafo físico y el humano, o entre un geógrafo cuantitativo y otro
regional puede ser tan fuerte y los lenguajes tan diferentes que uno
puede preguntarse si, realmente, forman parte de una misma comunidad
científica.
El análisis del funcionamiento de la comunidad científica de
los geógrafos muestra que muchos de los que se dedican
a esta ciencia realizan en realidad
un trabajo tan diferenciado que difícilmente
puede justificarse su pertenencia a una misma disciplina. También que, a pesar
de ello, y aun teniendo clara conciencia de esta situación, la mayoría acepta
ser englobados en la misma disciplina por razones
puramente profesionales. Podría citarse
fácilmente en este sentido el caso de buen número de
geógrafos que se dedican a la geomorfología
y que son plenamente conscientes de que su trabajo corresponde en
realidad a la geología, pero que al ser rechazados por los geólogos
se ven obligados a permanecer dentro de departamentos de geografía. Pero
si permanecemos en el campo de las
ideas geográficas, podemos buscar los elementos
de continuidad en esta evolución
fraccionada y que tiende, aparentemente, a
la creciente disgregación. Ello nos conduce
a preguntarnos sobre los problemas clave de la
disciplina.
En efecto, si hay algún
elemento de continuidad en las disciplinas
científicas, éste viene determinado por los
problemas clave que investigan. A lo
largo del tiempo los científicos adoptan
diferentes estrategias para resolver sus
problemas, lo que puede llevar a una impresión
de discontinuidad y de variabilidad. Esto nos conduce hacia los problemas-clave
de cada disciplina científica.
En el caso de la historia del pensamiento geográfico, la
pregunta sobre los problemas-clave ha de hacerse distinguiendo previamente dos
momentos de la evolución de esta ciencia: el que finaliza en
el siglo XVIII, y el que se
inicia con la institucionalización, universitaria
de la geografía a mediados del siglo XIX.
A partir de la institucionalización
universitaria de la geografía, la comunidad científica de los
geógrafos desarrolló su trabajo en torno a dos problemas-clave
definidores de la disciplina: 1) el estudio de la diferenciación del espacio en
la superficie terrestre, 2) el estudio de la relación hombre-medio.
En esa caracterización de los
problemas clave han desaparecido aspectos
básicos de la concepción preinstitucional de
la geografía. Se ha producido una
importante reducción del objeto de la
disciplina, puesto que la geografía ha
dejado de estudiar la Tierra como
astro (rechazo de la geografía astronómica);
no estudia ya el conjunto de nuestro
planeta, sino solamente su superficie; ha dejado de ser la ciencia
de la confección de mapas.
La cuestión de por qué aparecen problemas-clave en la
geografía podría contestarse, en una primera aproximación, de
esta forma: a) por necesidades
institucionales, en particular, la necesidad de dar un
carácter «científico» a la geografía que se enseñaba en la universidad, y la llegada
a puestos docentes de esta disciplina de personas con una
formación naturalista; b) por exigencias del ambiente científico.
Los dos problemas-clave citados, siempre presentes en
la geografía contemporánea, han sido abordados sucesiva —o a veces
simultáneamente— desde dos posiciones científicas diferentes que podemos
denominar positivista y antipositivista, o también naturalista e historicista.
El positivismo se caracterizaría por tres rasgos esenciales:
el monismo metodológico o «idea de la unidad del método científico por entre la
diversidad de objetos temáticos de la investigación científica»; por «la
consideración de que las ciencias naturales exactas, en particular
la física matemática, establecen un canon o
ideal metodológico que mide el grado de
desarrollo y perfección de todas las demás ciencias, incluidas las
humanidades», y por una forma particular de explicación científica,
que puede ser considerada «causal», y
que consiste en «la subsunción de casos
individuales bajo leyes generales hipotéticas de la
naturaleza, incluida la "naturaleza humana"».
Frente a él, el antipositivismo supondría
un rechazo del monismo
metodológico, rehusando «tomar el
patrón establecido por las ciencias,
naturales exactas como ideal regulador, único y supremo, de la
comprensión racional de la realidad»; acentúa en general, «el
contraste entre las ciencias que, al
modo de la física, la química o
fisiología, aspiran a generalizaciones sobre
fenómenos reproducibles y predecibles, y
las ciencias que como la historia, buscan comprender las
peculiaridades individuales y únicas de sus objetos»; rechazan el
enfoque positivista de la explicación, y
aceptan la distinción entre explicación y comprensión.
Puede decirse que durante la
historia del pensamiento geográfico,
existieron constantes críticas hacia una u
otra corriente. La crítica del
reduccionismo naturalista, supone la posibilidad de
afirmar la autonomía de las ciencias humanas, las cuales
se individualizan por referirse al «reino de la libertad», de lo
que posee historia. El objetivo del trabajo científico no es ya la
explicación y la previsión, sino la «comprensión»,
la cual sólo puede hacerse desde dentro, es decir, ha de ser
empatética. Se entiende así que, a pesar de que el método científico siga
siendo inductivo, se valoren ahora nuevas
facultades como la intuición. A pesar
del dualismo dominante, la geografía se
autodefine como ciencia de encrucijada por
razones institucionales, ya que era la única garantía de supervivencia
frente a naturalistas, por un lado, e historiadores y sociólogos por otro. La
superación concreta de este dualismo disgregador se consigue centrando la
atención en el estudio de las combinaciones de fenómenos físicos y de hechos
humanos que se producen.
La aparición de corrientes neopositivistas desde 1930-50
origina una vuelta al reduccionismo naturalista y una
afirmación de la unidad de la
ciencia, que se traduce en los
intentos de desarrollar, otra vez, una «física social», y de manera
general en la aplicación de teorías físicas al campo de las
ciencias humanas, y en concreto de la
geografía humana. El objetivo del trabajo
científico vuelve a ser la explicación
y la previsión, lo que exige formular
leyes de validez general. Hay, sin embargo, una
redefinición de los métodos -lo que supone un cierto cambio
respecto al positivismo decimonónico-, adquieren
importancia ahora los métodos
deductivos y se insiste en la
necesidad de las teorías previas. La
teoría se convierte en
el corazón de la ciencia, en la clave del rompecabezas de
la realidad. Hay, al mismo tiempo, un énfasis en la formalización, que
está en la base de la generalización de métodos cuantitativos.
Se produce ahora una reformulación de los
problemas claves de la geografía: se desvalora el problema
«regional» y se intenta reformular el
de la relación hombre-medio en términos de
la teoría de los sistemas, a la
vez que se pone el énfasis en
los aspectos «espaciales» y se buscan las
regularidades en las distribuciones morfológicas
en el espacio terrestre. Todo ello unido a una actitud que se
afirma decididamente ahistórica.
Desde 1965, aproximadamente, comienza
nuevamente una puesta en cuestión de
las corrientes neopositivistas. El impacto de las
filosofías fenomenológicas y existencialistas, que permiten
desarrollar los caminos abiertos por el éxito de la geografía de la percepción,
da paso a la llamada geografía humanística, mientras
que el progreso reciente de la teoría
marxista permiten, precisamente, el desarrollo de
una geografía marxista con un énfasis
también claramente historicista.
EL HISTORICISMO Y LA GEOGRAFÍA
La crisis del positivismo se
refleja, sobre todo, en la crítica
del modelo naturalista de cientificidad y en la
afirmación de la especificidad de las ciencias humanas, derivada, a su
vez, del rechazo del monismo. Ello tiene consecuencias
metodológicas importantes, como son el desplazamiento del
objetivo del conocimiento científico desde la explicación a la comprensión y la
necesidad de justificar teóricamente una ciencia de lo singular. La
división entre naturaleza e historia dio
lugar a dos sistemas de ciencias
diferenciadas igualmente válidas: las ciencias de la
naturaleza y las ciencias humanas o del espíritu. Unas y otras son
distintas por la especificidad de sus objetos y por la de los métodos o
instrumentos a emplear; por consiguiente, no puede aceptarse en las
segundas una simple transferencia de los métodos o
conceptos de las primeras. La originalidad de las
ciencias humanas deriva del hecho de que el investigador no estudia un
objeto exterior a él, sino una realidad en la que él mismo está
inmerso. Esta realidad puede ser abordada
por una pluralidad de métodos, sin excluir
los de la naturaleza, pero sin que
sea aceptable un reduccionismo naturalista.
Característica esencial de la
realidad humana es su «historicidad», la
existencia de un desarrollo histórico en el
que los individuos y los grupos sociales
actúan movidos por una intencionalidad y aceptando unos
valores. Esta exaltación de la historia alcanza tal dimensión que
la expresión «Historicismo» llega a designar a una de las más caracterizadas
corrientes de la creación antipositivista.
La oposición entre la explicación generalizante
positivista -considerada propia de las ciencias de la
naturaleza, y que consistiría en establecer la conexión causal entre
los fenómenos de la experiencia sensible- y la
comprensión historicista, es un elemento
básico de la reacción metodológica. Conduce
a la aceptación en el conocimiento
científico de facultades que no serían admisibles
para un positivista, tales como la intuición, la
sensibilidad o el sentimiento poético. En efecto, para un
historicista, en las ciencias del espíritu sólo se puede, comprender verdaderamente
mediante la vivencia, penetrando dentro de algo, mediante un conocimiento
llamado «empatético» procurando el
contacto directo inmediato, o al menos total,
con el objeto que se quiere entender, y utilizando también, si es
necesario, la sensibilidad.
Es importante no perder de
vista que, en coincidencia con este
dualismo filosófico entre el positivismo y
le historicismo, existía dentro de la
geografía el dualismo entre lo físico
y lo humano.
NEOPOSITIVISMO Y GEOGRAFÍA
A partir de la década de
1950 la geografía conoció una profunda
conmoción en el mundo anglosajón, la cual dio origen a
la llamada revolución cuantitativa, de la que
surgió una new geography, una nueva geografía. En la década
siguiente otros países conocieron también una revolución semejante,
la cual dio origen, al igual que
había ocurrido primero en Estados Unidos, a una
honda división en el seno de la comunidad científica de los geógrafos.
Geógrafos “cuantitativos” y “cualitativos” se enfrentaron acremente en
una confrontación en la que se oponían teorías, métodos y
técnicas de investigación; y por encima de ello, dos concepciones diferentes
del trabajo científico.
La aparición de la geografía cuantitativa coincide, con un
cierto retraso, con el surgimiento de tendencias semejantes en otras
disciplinas, y forma parte de una transformación que afecta de manera
general al conjunto de las ciencias
sociales. Factores diversos incidieron en
la crisis generalizada de estas ciencias, y
provocaron la aparición de nuevas
tendencias, que encuentran una sólida base filosófica en el auge de
las corrientes neopositivistas.
El punto de partida es siempre
empírico, la experiencia, y profundamente
antiidealista, con exclusión de los problemas
metafísicos que son considerados pseudoproblemas.
Existe una preocupación generalizada por el análisis del
lenguaje científico, así como del significado y el uso del lenguaje
común, a la vez que hay una afirmación de la unidad profunda de
la ciencia por encima de los contenidos diversificados de las distintas
disciplinas, y una voluntad decidida de lograr un lenguaje común para ellas. La
investigación científica y sus resultados se intentan expresar de una forma
clara, lo que exige el uso del lenguaje matemático y de la lógica, que es concebida
como una sintaxis de la ciencia.
La tesis de la unidad de la ciencia se convierte
normalmente, dada la formación originaria y el interés de muchos de estos
filósofos, en una magnificación de la física, en un
reduccionismo fisicalista: todo puede ser expresado en el lenguaje de
esta ciencia. Naturalmente, ello supone la afirmación de la coherencia de
la realidad, la aceptación implícita o explícita del monismo.
El nuevo positivismo coincide con
el positivismo decimonónico en la
afirmación de la neutralidad de la ciencia, en la
consideración de que los juicios axiológicos no tienen cabida en ella: la
ciencia tiene un carácter descriptivo, y no puede
realizar valoraciones. En cambio se diferencia
del positivismo del siglo XIX en el
rechazo que existe ahora del riguroso determinismo
causal de los fenómenos.
Se observa así, de una manera creciente, que se afirma la
indeterminación de la relación entre previsión y acontecimiento futuro,
concediendo un peso cada vez mayor a la probabilidad. Las mismas inferencias
inductivas pasan a ser consideradas como probables.
POSITIVISMO LÓGICO Y CIENCIAS SOCIALES
Los años 1930-1940 han sido considerados por diversos
autores como un período decisivo en la evolución de las
ciencias sociales, porque en ellos entran
en crisis muchas ideas desarrolladas a partir, del
siglo XIX. Se trata de un período de crisis que coincide también con una
profunda crisis social y económica. Las ciencias sociales se ven entonces
solicitadas desde diversos frentes en de manda de
respuestas eficaces a los problemas que
aparecen: la necesidad de superar la crisis
económica del sistema capitalista, que provoca la aparición del keynesianismo,
de la econometría y de la economía positiva; la demanda de instrumentos más eficaces
de control social, que tiene efectos inmediatos en la sociología y en la
psicología social (mejoras en las técnicas de encuestas sociales,
investigaciones sobre actitudes y conflictos); las exigencias de la
planificación regional y urbana generadas por la misma crisis económica y por la
necesidad de atender a la reconstrucción de las regiones devastadas por la
guerra. A todos ellos se unió, inmediatamente después
de la Segunda Guerra Mundial, el problema
de subdesarrollo suscitado por el proceso
de descolonización que se inició
inmediatamente después de la contienda.
En esta situación, y con los avances tecnológicos
extraordinariamente- rápidos generados por la guerra mundial, las ciencias
sociales se vieron estimuladas para facilitar respuestas cada vez más
rigurosas y «técnicas». La aparición de
potentes instrumento de tratamiento de la información
(ordenadores) y de nuevos marcos teóricos y conceptuales,
tales como la teoría general de los
sistemas, la teoría dé la información
y de la comunicación, la teoría de
la decisión y la de los juegos, hicieron inevitable el cambio en los
métodos y en las teorías de esas disciplinas.
Es en este momento cuando tiene lugar la crisis
de las concepciones historicistas, que se ven ahora sustituidas por una
potente marea neopositivista.
Ante todo, se rechazan los
métodos «cualitativos» y todas aquellas
aproximaciones que dejan lugar a la intuición o
a facultades que se consideran no estrictamente
científicas.
Surge un interés neto por la aplicación de sistemas lógicos
al material empírico de las diversas ciencias, tanto naturales
como sociales. Se pone ahora el
énfasis en la construcción de modelos y se
intenta tratar los problemas científicos en el marco de una
teoría más general, como es la teoría general de los sistemas.
Comienzan entonces a generalizarse
los métodos cuantitativos en las ciencias
sociales. Es sobre todo a partir de
la Segunda Guerra Mundial cuando dichos
métodos se difunden ampliamente y dan lugar
a ramas especializadas dentro de las
disciplinas ya constituidas.
Surge, así la econometría, que
desde los años 30 se ocupa de
determinar con métodos
estadísticos las leyes cuantitativas concretas
que se manifiestan en la vida
económica; la sociometría, creada en Estados
Unidos y que alcanzó gran impulso en
los años 1940; la lingüística matemática, que
se esfuerza por superar el estadio
simplemente clasificatorio y elaborar modelos Iingüístico; la
antropología cuantitativa, etc.
La euforia cuantitativa alcanzó su
máximo apogeo en la década de 1950,
cuando todas las ciencias sociales intentaron
introducir estos métodos como aparente
panacea para la resolución de sus problemas.
Se abordó estudio del hombre y
de la realidad social postulando que
éstos pertenecen plenamente al mundo físico
y que como tal han de ser
estudiados, y aceptando que las regularidades que
se encuentran en la naturaleza aparecerán también en las diversas
esferas de la realidad sociocultural.
También se manifiesta, en la ciencia económica,
la crisis del historicismo. Esta crisis se fue haciendo patente
durante el período entreguerras, cuando «se hizo sentir la
"necesidad social" de un tipo pragmático de análisis
económico»; esto, a su vez, estaba en relación con la crisis del sistema
capitalista y el inicio de la intervención estatal para
superarla, con la necesidad de hacer frente a los problemas
derivados de la Segunda
Guerra Mundial y, por último, con el proceso de concentración
empresarial, capitalista, y las exigencias derivadas del mismo
(estudios de mercados, de productividad,
publicidad, etc.). La economía se situaba así
resueltamente en una línea formalista carente de toda sensibilidad histórica.
Cuando un cuantitativista aplica un refinado método
matemático o estadístico al estudió de un fenómeno social, tiene con frecuencia
la pretensión implícita de ser neutro, imparcial, objetivo y de que con su
análisis descubrirá «la realidad objetiva» sin contaminaciones
ideológicas de ningún tipo.
Aunque un poco más tarde que otras
ciencias sociales como la economía o
la sociología, la geografía se vio también
afectada por las corrientes neopositivistas.
Debido a uno de los rasgos que resultaron en
aquel momento más llamativos, la transformación que entonces
se produjo fue conocida como «revolución cuantitativa», de la que surgió una
“nueva geografía”.
Efectivamente, la difusión de la nueva geografía
pone en cuestión cierto número de las ideas comúnmente admitidas
por la comunidad científica de los geógrafos, y provocó una auténtica guerra
civil en el seno de la misma. Los
geógrafo formados en la tradición
historicista se encontraron, de pronto, en
una posición insegura, en una situación
que se ha calificado atinadamente de
esquizofrénica, dudando entre abandonar la antigua ortodoxia y dedicarse
a los nuevos métodos, con lo que quedaban
en desventaja frente a los más jóvenes;
o bien mantener la concepción tradicional, con lo que corrían el
peligro de pasar por retrógrados ante unos jóvenes que
predicaban las nuevas ideas como el
verdadero método científico y que, además, atacaban
aspectos esenciales de la vieja concepción regional. Esta esquizofrenia, que está
ligada a una lucha por el poder
en el seno de la comunidad,
contribuye a explicar la virulencia de
algunas reacciones de rechazo, no solamente
por parte de aquellos que se sentían
vulnerables por ser conscientes de la debilidad de su pensamiento, sino
también por parte de prestigiosos y respetados geógrafos que podían haber
mantenido gallardamente sus ideas sin por ello oponerse a que otros exploraran
caminos alternativos. .
Desde el punto de vista
teórico la nueva geografía se presentó
desde el principio con una voluntad
explícita de ciencia positiva que trataba
de llegar a la explicación científica
y a la formulación de leyes generales.
“La ciencia no está tan
interesada en los hechos individuales como
en los patrones que presentan”. En e caso de la
geografía propugna que sea concebida “como una ciencia que se refiere a la
formulación de leyes que rigen la distribución espacial de ciertas
características en la superficie de la Tierra”.
Lentamente esta concepción de la geografía
como una ciencia explicativa fue ganando
terreno y dio lugar a tomas de
posición decididas de carácter neopositivista,
entre, las que podemos destacar, autores
como Bunge y David Harvey Explanation in
Geography (1969), quienes años más tarde redefinirán su posturas en relación a cómo
tratar los problemas de la geografía.
Durante la década de 1960, al
mismo tiempo que se imponía en las
ciencias sociales el optimismo cientifista
neopositivista, empezaron a dejarse sentir
también voces de insatisfacción, que pronto
cuestionarían aspectos esenciales de dicha
concepción. Razones sociales e intelectuales, a la vez,
generaron este descontento que ha supuesto resucitar, una vez más,
la disputa del positivismo, y que ha
acabado por provocar una fuerte crisis
en las ciencias sociales.
A fines del decenio de los sesenta, esta, crisis
se traduce en la proliferación, de movimientos críticos o «radicales»,
que se desarrollan en todas las ciencias
sociales. Al mismo tiempo, el descubrimiento de la dimensión
psicológica y la nueva valoración de la experiencia personal contribuyen
también a cuestionadlos enfoques abstractos positivistas, y generan un
renovador interés por corrientes filosóficas como
Ia fenomenología y el existencialismo. Es en
relación con todo ello que aparecen nuevas corrientes de pensamiento en
el seno de la geografía, las
cuales conducen a la disciplina
por caminos inéditos, a la vez que
permiten recuperar una parte importante de la herencia
historicista.
En el decenio de 1960
empezaron a dejarse sentir en el
mundo occidental profundas y diferentes
inquietudes que provocarían poco después
una conciencia generalizada de crisis. Naturalmente,
ello tenía que repercutir en las ciencias sociales, las cuales
empezaron a verse afectadas también por una amplia
crisis de múltiples consecuencias. La
aparición de las corrientes científicas
«radicales» es la expresión más llamativa
de esta situación. Pero la situación de
todo ellas es claramente social, y se
relacionan con una serie de cambios
que afectan al sistema de relaciones
internacionales y al conjunto de la
sociedad occidental. Es
necesario aludir a algunos de
los sucesos que más clara y decisivamente influyeron
en el desarrollo de las ciencias sociales en los países
occidentales.
Entre los acontecimientos que afectaron al conjunto de
las relaciones internacionales hay que destacar el final de la guerra fría, los
importantes cambios que se produjeron en los países del llamado Tercer
Mundo, y la crisis del sistema de dominación occidental.
El final de la guerra fría, y la
inauguración de la política de coexistencia pacífica, al atenuar
la tensión ideológica del enfrentamiento
Este-Oeste tuvo, entre otras consecuencias inesperadas,
la de permitir un nuevo florecimiento de la reflexión marxista.
A todo ello hay que añadir los decisivos cambios
que se producen en las relaciones políticas internacionales
como resultado de la culminación del
proceso descolonizador. Entre 1950 y 1970 un gran
número de países accedieron a la independencia, y continentes
enteros como África conocieron profundos cambios en la estructura
jurídica de sus territorios. Algunos países experimentaron mutaciones
revolucionarias, que afectaron profundamente a
las antiguas relaciones de dependencia. Al mismo tiempo surgía el
movimiento en los países no alineados
(Conferencia de Bandung, 1955) y éstos reclamaban una más
activa presencia en las relaciones internacionales. Los problemas
del subdesarrollo empezaron a plantearse
ahora desde una nueva óptica, al tomarse
conciencia de todo el entramado del
sistema de dominación imperialista, y se
descubre la relación entre el atraso
económico, la dependencia y el intercambio
desigual.
La aparición de movimientos revolucionarios en el Tercer
Mundo va afectando de forma lenta, pero incontenible el
antiguo sistema de dominación imperialista
que pretende ahora perpetuarse a través de unas relaciones
neocoloniales con los países independientes.
Pero alcanza su punto culminante con la guerra de Vietnam,
que se saldó con una derrota de la gran potencia norteamericana.
La intervención en el sureste asiático
generó un gran movimiento interno de
protesta en Estados Unidos y, también,
una profunda crisis de confianza en las
virtudes del propio sistema socioeconómico.
En el campo de las ciencias
sociales todo ello se tradujo
en una nueva comprensión de los
problemas de los países dependientes, y en una puesta
en cuestión del papel de las potencias imperiales y del sistema capitalista
en la situación de subdesarrollo, así
como en una quiebra de la confianza
en muchos de los enfoques hasta entonces dominantes.
En el interior de los
países desarrollados capitalistas, y en los
de su periferia próxima, se hicieron
sensibles entonces nuevos problemas sociales
que exigían nuevas respuestas por parte de los
científicos sociales. En general, puede decirse que el decenio de 1960 ve
aumentar los conflictos en el seno de las sociedades capitalistas. Se empieza a
sentir como inaceptable el desfase entre, por una parte, la enorme capacidad
productiva y el desarrollo tecnológico de los países desarrollados y, por otro,
las condiciones en que se realiza la producción y el desigual
reparto de los beneficios. Se acentúa el
movimiento de rechazo de las relaciones
de producción capitalista, y la protesta, por el carácter enajenante de
las condiciones de trabajo y de las condiciones de vida. La degradación
de la vida en las ciudades, convertidas en simples
espacios para la reproducción de
la fuerza de trabajo, se traduce
pronto en la aparición de movimientos sociales urbanos.
Todo ello supone, conflictos inéditos -al menos en la escala
en que ahora se producen- que no pueden dejar de atraer
la atención de los científicos sociales;
los cuales, por cierto, se ven estimulados
a ello por unos organismos gubernamentales
deseosos de disponer de información fiable acerca de
los nuevos desarrollos.
La toma de conciencia del
deterioro de las condiciones de la
vida urbana se produce paralelamente al
descubrimiento de la creciente degradación
de la biosfera como resultado del modelo
de desarrollo capitalista. Surgen los
movimientos ecologistas que pronto se convierten
en movimientos decididos de impugnación de todo
un modelo de sociedad. Un modelo que, por
cierto, se ve afectado por una
profunda crisis desde los años 1973-74, generada
por las contradicciones internas de la propia economía capitalista y por el
problema
de la energía y de las
materias primas, que deriva de la toma
del control de sus propias riquezas
por los países productores.
A todo lo cual se une también la creciente
conciencia de la crisis del sistema de racionalidad inaugurado con
la revolución científica del siglo XVII. La carrera de armamentos, el
peligro de catástrofe nuclear, el desarrollo de
la ingeniería genética y de la
microbiología, la generalización de las técnicas de
control social a través de ordenadores empiezan a
suscitar graves inquietudes.
Los científicos comienzan a
plantearse abiertamente incómodas cuestiones
sobre lo que representa la ciencia y
la tecnología moderna y la relación
que guardan con los valores fundamentales
de la vida humana. El tema de
los objetivos que deben perseguirse con
el desarrollo científico pasa a primer término. La idea de
que la ciencia es el conocimiento por excelencia, tras alcanzar su
apogeo en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial y en la década de la
«ciencia dura» de los 50, se ve ahora cuestionada. Con lo cual
vacila también uno de los supuestos ideológicos fundamentales del positivismo y
del neopositivismo. Empieza a tambalearse la confianza en el
progreso indefinido y el optimismo en los beneficios de
la ciencia, y se plantean cuestiones nueva sobre
la responsabilidad social del científico y sobre sus
valores.
Aparece un conflicto latente entre la
racionalidad de la ciencia moderna y los valores de la vida
humana, a la vez que se toma
conciencia de la naturaleza esencialmente
social del proceso actual de investigación científica, y de la
necesidad de dirigir dicha investigación hacia fines socialmente
significativos.
Dentro de la universidad se fue
desarrollando un movimiento de repudio del sistema social, que
rechazaba también el mito de la
neutralidad de la ciencia y del
saber, la ideología tecnocrática y la aplicación
irracional del conocimiento científico, el autoritarismo, en
todas, sus formas y la integración en el sistema social a
través de la enseñanza. Fue un movimiento que rebasaba el estricto marco
universitario y que se veía como una impugnación de toda la sociedad,
ya que se reconocían los vínculos inseparables entre
una y otra. Con su crítica, los universitarios contribuyeron a
poner de manifiesto las contradicciones profundas en el sistema capitalista y
destacaron la necesidad de «reformas revolucionarias». El conjunto
de la praxis y de la teoría
científica se vio, lógicamente, afectado
por estos desarrollos, y así desde fines
de los 50, y luego durante la
década de los 60 empezaron a
aparecer en las disciplinas sociales
corrientes críticas que generalmente se designan
a sí mismas como «radicales», afirmando con ello
su pretensión de un cambio radical, que vaya hasta la raíz.
Fue en la economía y en la sociología donde
primeramente comenzaron a ponerse en cuestión los principios
hasta entonces aceptados. En la ciencia
económica la reflexión sobre la problemática
del subdesarrollo llevó a algunos científicos a buscar en
la teoría marxista una mejor comprensión de los mecanismos
causantes del atraso y del crecimiento económico.
La ciencia se empieza a ver ahora como algo
que depende de un contexto social, y no como algo abstracto y aislado del
mundo. El hombre de ciencia o la comunidad científica poseen una cosmovisión,
comparten problemas comunes con el resto de la sociedad, y están influidos por las
ideas sociales y morales dominantes.
DE NUEVO LA COMPRENSIÓN FRENTE A LA EXPLICACIÓN
Como ya se mencionó, los postulados
positivistas afirmaban la existencia en la
sociedad de uniformidades semejantes a las
de la naturaleza, pero ahora se trata
de demostrar que «la noción de sociedad humana entraña
un esquema de conceptos que es lógicamente incompatible con
los tipos de explicaciones proporcionadas
por las ciencias naturales», ya que
las reacciones humanas son más complejas de
las de los otros seres vivos y
poseen, además, diferencias esenciales respecto a
las de ellos. Es otra vez la
«comprensión» lo que aparece como vía para entender las
motivaciones de los actos humanos.
Pero comprender algo implica también comprender la
posibilidad de su opuesto por lo cual en las predicciones que podamos hacer
sobre la conducta humana hay que aceptar previamente la posibilidad de
resultados contrarios a los previstos. Por ello puede considerarse imposible la
predicción en las ciencias sociales, o en todo caso, si es que en
alguna circunstancia pueden realizarse, su relación con la evidencia en la que
se basan es diferente a la que caracteriza a las predicciones científicas.
La fenomenología y el
existencialismo fueron primeramente movimientos
intelectuales europeos, que sólo a partir de los años 60 tuvieron una
verdadera influencia en le campo de la psicología, donde permitió
la evolución hacia una psicología
comprensiva de la conducta humana a partir de
características propiamente humanas, es decir, que tienen en cuenta
las intenciones y las vivencias del hombre.
Impulsó el desarrolló en las ciencias
sociales de un enfoque directo, vivencial y
no abstracto, valorando la observación
participante del
investigador; contribuyó también a
difundir una preocupación por la vida
cotidiana, por la forma en que el hombre concreto se
relaciona en cada momento con su existencia y con su mundo.
De esta forma, al recuperar el campo
de la experiencia personal, estas
corrientes filosóficas permitieron una revaloración de lo humano y lo
individual frente a las abstracciones positivistas, y afianzaron así el camino
hacia la configuración de un nuevo ideal científico en las ciencias sociales.
El tratamientos consciente del tema
del comportamiento, que ha introducido en
la ciencia geográfica una dimensión psicológica que hasta entonces
estaba prácticamente ausente, puso de manifiesto la insuficiencia
de los modelos teóricos elaborados por la geografía cuantitativa acerca
de la localización espacial de las actividades humanas.
El geógrafo se ye obligado a volverse hacia la psicología,
ya que comportamiento, percepción, decisión y aprendizaje son hechos que no
pueden ser entendidos sin acudir a los trabajos de los especialistas de
esta ciencia.
La percepción de las catástrofes naturales (avenidas,
sequía, terremotos), de las condiciones climáticas o
físicas del medio, la evaluación de los recursos y
las actitudes ante el medio, la percepción del paisaje y del
paisaje urbano en particular, las imágenes espaciales y los mapas mentales, la
conciencia territorial y regional, son algunos de los sugestivos temas
descubiertos por los geógrafos desde los años
1960. En definitiva es el espacio
vivido tal como es vivido
realmente, y los mecanismos de
percepción y de ajuste con el medio
geográfico lo que, a través de todo
ello, empieza a interesar, enlazando de
esta forma con los enfoques fenomenológicos y
existenciales.
El descubrimiento de la dimensión
psicológica representa, sin duda, un auténtico
acontecimiento en la ciencia
geográfica, en la cual si algo debe
llamar la atención es precisamente lo tardíamente que
este descubrimiento se ha realizado, teniendo en cuenta los temas
que desde su nacimiento la geografía
humana estudió. Constituye un apasionante campo
de exploración científica que obliga al geógrafo a preocuparse por disciplinas
científicas
que hasta ahora eran ajenas a
su formación (la psicología, la semiótica,
la antropología cognitiva...) y enriquece así
extraordinariamente su visión de la realidad. Al mismo
tiempo, al llevar el interés hacia el mundo de la experiencia
personal realmente vivida, la geografía de la percepción y del comportamiento
abrió en el mismo seno de la geografía cuantitativa una vía que
pronto se mostraría radicalmente incompatible
con las abstracciones de los modelos positivistas.
Desde comienzos de los años 70 la insatisfacción ante el
paradigma cuantitativo se extendió en el ámbito de la disciplina geográfica, y
algunos de los geógrafos que pocos años antes habían estado en la
vanguardia de aquel movimiento manifestaron ahora su descontento. Así ocurrió con
los autores de lo que quizá sean
las obras teóricas más importantes de
la «nueva geografía» neopositivista, William Bunge y David
Harvey,75 que ahora se convierten en líderes destacados de la
corriente crítica. En 1972 el mismo Harvey
de Explanation in Geography declaraba que «la
revolución cuantitativa ha seguido su curso y aparentemente los resultados son
cada vez menos interesantes»; y consideraba
que las investigaciones cuantitativas realizadas sobre
problemas como el efecto de la distancia, el alcance espacial de los bienes y servicios
distribuidos, o las investigaciones con técnicas estadísticas
como el análisis factorial
«sirven para decirnos cada vez
menos sobre cuestiones de escasa
importancia». También aludía a «la existencia
de una clara disparidad entre la
sofisticada estructura teórica y metodológica que
estamos utilizando y nuestra capacidad de decir algo realmente significativo sobre
los acontecimientos tal como se desarrollan a nuestro
alrededor». Lo que unos pocos años antes había sido recibido como el verdadero
método científico, resulta ahora claramente insatisfactorio y trivial. En la
base de este descontento se encuentran problemas reales de los que ahora se
toma conciencia y se sienten agudos: el problema ecológico, la segregación
social
en las ciudades norteamericanas,
la guerra del Vietnam, la revuelta
de los negros, el descubrimiento de la
injusticia y la miseria en la sociedad
norteamericana, la conciencia de pertenecer a un país
imperialista y explotador.
El simple sentimiento de descontento se convirtió pronto en
un movimiento crítico «radical».
Una fecha significativa de la
aparición de esta corriente
en la geografía estadounidense puede ser 1969
año en que comenzó a publicarse una
revista que con su mismo título ya expresa
su aspiración a situarse en los
antípodas de la geografía que entonces
se realiza: Antipode.
Tal como se expreso desde el primer número de «Antipode», el
objetivo de la geografía radical aparece bien definido:
«Nuestro objetivo es un cambio radical,
la sustitución de las instituciones y
el ajuste institucional de nuestra
sociedad, instituciones que no pueden
ya responder a las cambiantes necesidades societales, que ahogan
los intentos para darnos unos patrones de vida más viables, y frecuentemente no
sirven más que al propósito de perpetuarse a sí mismos. No
tratamos de sustituir las instituciones
existentes por otras que tomarán inevitablemente
las mismas formas; tratamos de encontrar una nueva ordenación de
medios de acuerdo con un nuevo conjunto de objetivos».
Se trata, pues, de una geografía que pretende
ser comprometida y contribuir a los
cambios revolucionarios que la sociedad necesita:
“Creemos que los cambios revolucionarios en
el clima social y el medio físico son
necesarios y posibles. Creemos que los
medios políticos deben emplearse primeramente para
alcanzar fines económicos, pero que los
cambios trascenderán eventualmente el dinero y la política (...). Nuevas
preguntas deben formularse y nuevos enfoques plantearse antes de empezar a
pensar en términos de soluciones. Pero que los geógrafos podemos contribuir a
este proceso de una manera significativa a algo que nos parece evidente”.
El cambio hacia la geografía radical procede, en
algunas ocasiones, del descubrimiento de la falta de consecuencias de la
geografía académica clásica. A pesar de las declaraciones teóricas que
afirman que la ciencia geográfica describe
el mundo «tal como es», la verdad es
que «cuando surge un clamor popular para
que se diga cómo es en realidad»,
la geografía no responde. Y ésta es probablemente la más
salvable y menos embarazosa cuestión, porque en realidad, la geografía no
conoce el mundo «tal cómo es». Como prueba de ello puede aducirse el
desconocimiento que la escuela geográfica norteamericana ha tenido de la
sociedad negra, o el escaso tratamiento de los graves problemas sociales
existentes.
Es interesante resaltar cómo el geógrafo
contribuye adoptando una serie de principios en su trabajo, entre los
cuales se encuentra el principio de que «las ordenaciones espaciales de
las actividades humanas deben reflejar las necesidades y deseos de los
que ocupan las áreas de la sociedad en su conjunto, y no los estrechos
objetivos de la eficiencia económica ni el interés de sólo los propietarios e
inversores».
En cuanto a los temas
estudiados por la geografía radical, ha
existido en los primeros momentos una
especie de polarización hacia tres o
cuatro cuestiones fundamentales, reflejadas amplia
mente en los trabajos de «Antipode» o
en los readings ya existentes. En primer
lugar, el tema de la pobreza y
de los pobres; a este tema se
dedicó un número monográfico por «Antipode»
(diciembre de 1970) y otros se han
aproximado a él desde la teoría marxista. El
segundo gran tema es el de los negros, norteamericanos y el de los
grupos sociales marginales como los indios. El tercer tema es el
de las condiciones de la vida urbana (vivienda urbana, equipamientos, excesiva
densificación...) con particular atención a los ghetos urbanos y a
cuestiones nuevas como el problema de
la accesibilidad espacial y social a los
servicios públicos esenciales, o la crisis
de la vivienda; la identificación de
los sesgos existentes respecto a estas
cuestiones en las teorías de las
ciencias sociales y de la planificación.
El último gran tema es el de la violencia, los conflictos sociales y la
resolución de los conflictos; aparecen así en el campo de Ia geografía estudios
inesperados a los que, a pesar de todo debe concederse
la denominación de geográficos, y que
incorporan explícitamente la dimensión espacial; se
trata de estudios sobre la geografía del crimen,
los desórdenes en los campus universitarios, sobre
los conflictos civiles, sobre la, justicia social y
los sistemas espaciales.
GEOGRAFÍA Y MARXISMO
El descubrimiento de esta amplia temática exigía nuevos
marcos teóricos de análisis. Fue ése el momento en que el
marxismo se reveló como un soporte
adecuado para un enfoque alternativo.
En la geografía norteamericana el inglés David Harvey
desempeñó un papel fundamental. En el influyente artículo que escribió en 1972,
tras concluir que el paradigma cuantitativo «no está a la altura, está maduro
para su derrocamiento».
Los resultados de esta reflexión colectiva -y, en parte,
organizada- empezaron a aparecer poco después. Los trabajos teóricos e
informativos sobre los mecanismos económicos básicos de la sociedad
capitalista, o sobre la relación dialéctica entre desarrollo e imperialismo,
por un lado, y subdesarrollo y dependencia por
otro, contribuyeron a difundir entre los
geógrafos los enfoques marxistas o marxianos. De hecho
se ha podido decir que «desde fines
de 1973 ó 1974 la geografía radical
se ha hecho cada vez más sinónimo de
geografía marxista».Como resultado de ello la
bibliografía geográfica sobre ciertos temas
empezó a experimentar una significativa transformación.
Es en ese momento también
cuando los norteamericanos descubren que en
Europa la tradición marxista no se había interrumpido
tan brutalmente como en su país, y empiezan a conocer y
utilizar la rica tradición de la
ciencia social marxista francesa, alemana o
italiana (Lefevbre, Althusser, Poulantzas, el español Castells, Samir
Amin, Horkheimer, Gramsci...).
En Europa el movimiento radical en geografía inició su
marcha a principios de los 70, en parte generado por el propio ambiente
intelectual y, en parte estimulado por la llegada de los ecos de más
allá del Atlántico. En algunos países
la reacción radical se produjo casi contemporáneamente
a la llegada de las tendencias
cuantitativas, provocando una crisis profunda y
una confusión generalizada, con incoherencias más
o menos inevitables. En la geografía francesa la toma
de conciencia de la necesidad de un cambio radical que permitiera a la
geografía responder a las necesidades sociales del momento, tuvo una
expresión pública en 1973, fecha en que Yves Lacoste escribía: «De hecho, la
geografía es hoy rechazada en la medida en que no parece capaz de aprehender
los problemas cuya gravedad todo el mundo empieza, más o menos, a sentir debido
a la acción de los medios de comunicación de masas. La geografía no parece
estar ya en situación de dar una descripción del mundo que responda a nuestras
preocupaciones”.
La idea de que el espacio es un producto social
ha sido, tanta en Francia como en Italia y en otros países,
una de las aportaciones fundamentales que
los geógrafos han obtenido de la relación
con la sociología y el urbanismo marxista. La aceptación por parte de los
geógrafos de esta noción implica necesariamente partir de la estructura social
pura conocer la organización del espacio. Aunque, en principio, nada
impide que esto se realice desde diferentes teorías sociológicas,
es cierto que los geógrafos radicales han aceptado, en general,
utilizar la teoría marxista de la sociedad como punto de partida de
sus análisis.
La introducción del pensamiento marxista en geografía ha
planteado problemas semejantes a los suscitados en otras
ciencias sociales. Entre las ciencias
sociales, escribe Lacoste «la geografía es
sin duda aquella en que el análisis
marxista tiene más dificultades para desarrollarse».
Y ello no por ninguna razón
institucional -que puede haberlas, y
graves- sino por un motivo teórico: la pretendida ausencia de una
reflexión marxista sobre el espacio.
En el campo específico del conocimiento geográfico, el
discurso marxista supone en todos los casos aceptar la existencia de
relaciones mutuas y complejas entre sociedad y espacio, entre procesos
sociales y configuraciones espaciales. Peet dice de forma
tajante que «la geografía marxista es la parte
del conjunto de la ciencia que se
ocupa de las interrelaciones entre procesos
sociales por un lado, y medio físico y relaciones espaciales por el otro». La
aceptación de esta conexión entre sociedad y
espacio no deja de ser un lugar
común asumible desde horizontes conceptuales muy diversos. Lo
definitorio y distintivo de las perspectivas marxistas
es el que privilegian la
dimensión social, el que, nuevamente en
palabras de Peet, «las relaciones espaciales
deben de ser entendidas como
manifestaciones de las relaciones sociales (de clase)
sobre el espacio geográfico», el que, en definitiva, el espacio aparezca, con todas
sus consecuencias, como un producto social.
Este enunciado tiene de hecho un considerable alcance tanto
conceptual como metodológico.
Supone negar autonomía a lo espacial y admitir
que recibe su contenido y significación de la sociedad; que
cada formación social confiere su propio
significado concreto a todas las variables
espaciales.
Pero si el espacio es la
proyección de la sociedad, sólo podrá
ser explicado -y ésta es la consecuencia
metodológica fundamental de la asunción inicial- desentrañando en primer lugar la
estructura y el funcionamiento de la sociedad o formación
social que lo ha producido. Hay que adquirir primero
las claves del sistema de relaciones
sociales, hay que aproximarse al estudio espacial
a través del análisis histórico de las bases de los modos de
producción de la formación social.
En resumen, pues, el entendimiento,
desde perspectivas marxistas, del espacio
supone aceptarlo como uno de los resultados de los procesos de producción
históricamente actuantes en el seno de las estructuras sociales.
Ciertos autores, en efecto, han señalado que el mismo enunciado
del espacio como producto social no entraña ambigüedades
y se presta a equívocos, ya que
quedan subsumidas las características propias del
espacio, tanto organizativas como
funcionales, en una argumentación, que remite,
fundamentalmente al entendimiento de los
procesos históricos sociales y económicos. Por
ello, y desde campos de conocimiento
no geográficos, Henri Lefebvre, en su obra
sobre la producción del espacio, ha
llamado la atención sobre la necesidad de un
entendimiento omnicomprensivo de ambos conceptos: producción no debe
entenderse con un sentido económico
restrictivo, sino incorporando las dimensiones de
práctica, percepción, representación y vivencia
del espacio; y en cuanto a
éste, sus posibilidades cognoscitivas, aún
circunscritas a las categorías analíticas y
explicativas de lo social, deben insistir en los usos que de él se hacen
y en sus propiedades cualitativas.
Además, para otros autores más
preocupados de la peculiaridad de la
disciplina geografía, como ciencia del espacio terrestre,
necesitaría una teoría espacial marxista, todavía inexistente por la atención
que Marx concedió, sobre todo, a las relaciones de producción y a la lucha de clases.
La reacción antipositivista inspira
también la otra gran corriente de la
geografía radical, la llamada geografía humanista. Se
trata de un movimiento que destaca los aspectos humanos (antropocéntrica
la denominan algunos) en lo que tienen de más específicamente «humano», es
decir, los significados, valores, objetivos
y propósitos de las acciones humanas.
Como reacción a lo que se considera un enfoque objetivo, abstracto,
mecanicista y determinista del hombre, la geografía humanista propone un
enfoque comprensivo, que permita el conocimiento empatético
a través de la experiencia vital
concreta. Significa, asimismo, un rechazo de la
ciencia tecnocrática, cuantitativa y analítica, que exalta
la técnica, glorifica los números y divide los problemas.
Frente a ello postula un enfoque globalizador y subjetivo.
La geografía humanista es un
desarrollo lógico del descubrimiento en
geografía de la dimensión subjetiva y de la experiencia I
personal, realizado por la geografía de la percepción y del
comportamiento. Los trabajos realizados por
estos geógrafos mostraban que había desviaciones
acusadas entre las condiciones de un medio
y la percepción que los hombres tienen de
él, que el mapa mental que poseen los individuos no coincide con la
representación cartográfica objetiva, que los recursos eran propiedades
evaluadas del medio real en función
de las necesidades sociales y
de la información que un grupo humano
dispone. Mostraron también que el espacio está
lleno de significados y de valoraciones,
las cuales permiten organizar la visión de un paisaje o tomar
decisiones sobre la actividad a desarrollar, y que son estas valoraciones
las que dan lugar a la aparición
de un sentimiento de pertenencia o de
rechazo respecto a un lugar.
El objetivo del geógrafo es
ahora la comprensión a través del
contacto con los hechos. La realidad sólo
puede conocerse desde dentro, con un conocimiento empatético. Se insiste
en que el investigador no puede estar
distante y pretender ser objetivo, sino
que tiene que meterse dentro y considerarse
dentro, comprometido con lo que estudia.
Mediante las entrevistas se intenta “llegar a ser parte de
sus vidas y establecer una auténtica relación con ellos, no meramente como
investigador, sino como un individuo humano que está sujeto a las mismas
intemperancias, frustraciones, debilidades, alegrías y pesares”.
La autenticidad en la
aproximación, el compromiso, la
investigación lenta y desde dentro, el
uso de métodos antropológicos son la base
de lo que ha sido denominada la «observación
participante» o «trabajo de campo experiencial», que ahora se
vuelve a valorar en la geografía. El método es decididamente, inductivo,
hay que partir de la observación, y procurar no llevar ideas previas, dejar que
los hechos hablen por sí mismos para realizar después una inferencia inductiva.
A MODO DE CONCLUSIÓN
Las complejas y variadas tendencias que hemos expuesto
anteriormente configuran -con sus diferentes propuestas,
sus oposiciones, sus puntos de contacto
y sus respectivas prolongaciones- el panorama del pensamiento
geográfico actual. Un panorama que, a pesar de todo, se encuentra
todavía lejos del acuerdo suficientemente
generalizado sobre la caracterización -epistemológica,
conceptual y metodológica- del conocimiento geográfico.
Se pude afirmar, provisionalmente, una cita de Ernst
Cassirer. En su obra sobre El problema del conocimiento examina la
contraposición entre los dos «grandes ideales del conocimiento» que se
enfrentan en el siglo XIX, a saber el ideal de las ciencias matemáticas de la
naturaleza y el ideal que proclama la primacía
del conocimiento histórico. Este filósofo
concluye que «la filosofía crítica en vez
de pronunciar un fallo favorable a
uno de los litigantes, tiene que contentarse
con comprender y defender los intereses
de ambos», ya que «si bien las
dos posiciones se excluyen entre sí en
cuanto dogmas, consideradas como principios
y orientaciones del conocimiento no sólo
pueden coexistir, sino que se complementan
mutuamente».
Es probable que sea ésta la actitud más adecuada para
aquellos que al examinar las polémicas de la geografía
contemporánea reconocen, a la vez, la
validez de los argumentos de unos y otros
contendientes. Para los que, en cambio,
se inserten decididamente en una de
las concepciones en liza, el examen atento
de la racionalidad de la parte
contraria le permitirá rectificar las propias
convicciones y aceptar la parte de
razón en las críticas que les dirijan los
contrarios.
Fuentes:
-Capel, H. (1984). Filosofía y
Ciencia en la Geografía Contemporánea. Ed.
Barcanova. Barcelona.
-Gómez Mendoza, J.; Muñoz Jiménez,
J. y Ortega Cantero, N. (1982). El
pensamiento geográfico. Estudio interpretativo y antología de textos. Ed.
Alianza. Madrid.
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Ciudades:
http://escritoriodocentes.educ.ar/datos/775.html
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